viernes, 23 de enero de 2015

EL PATRÓN DEL MAL Y OTROS SICARIOS



EL PATRÓN DEL MAL Y OTROS SICARIOS



Si la serie de televisión “El patrón del mal” la hubieran rodado los USA, no me cabe duda que a lo largo de la misma a Escobar le habrían salido rabo y cuernos, y a los chicos de la DEA un aro de ángel.

Si se hubiese rodado en España, acabaría en una cárcel a más agua que pan. Pero esta historia la han rodado los colombianos para sí mismos, para conjurar sus demonios y que nadie les marque el paso, ellos han contado “su historia”, es más, la firman un par de descendientes directos de víctimas más que directas de Pablo Emilio Escobar Gaviria.

Mis conocimientos respecto a Escobar previo al visionado eran un par de apuntes impresionistas: narcotraficante de los grandes, jefe del cartel de Medellín, ciudad que le lloró como si no hubiera mañana.

Cuando todo acabó tuve que consultar, con verdadera angustia, qué había sido de aquellos dos niños que teniendo a su disposición, todo el amor y todo lo que el dinero puede comprar, no podían lo más simple, estar escolarizados y relacionarse de forma normal con sus semejantes. Sobrevivieron.

Cuando llega el final, Escobar es un espejo burlón y lleno de fantasmas. El patrón, de puertas adentro, era un padre ejemplar, de puertas afuera un hombre de negocios sin ningún escrúpulo. Sospecho en él un plus de generosidad que no se acabó de mostrar y un extra de crueldad que sólo se intuye, en realidad, no se necesitaba mostrar demasiado de la hipérbole que fue Pablo de sí mismo, el segundo hombre más importante del mundo después del Papa (según él mismo). Nunca modesto.

La versión que se ha estrenado en España es la de 74 capítulos que se preparó para Chile, en su país de origen se emitió en 113 capítulos.

La producción es excelente, cuidada, por momentos vertiginosa, exteriores y extras desfilan ante los ojos del espectador, mezclados en momentos “cumbre” con imágenes reales de los crímenes y atentados. Esos pedazos de verdad, mantienen al espectador a ras de tierra, con el olor fresco de la sangre, los aromas de motores quemados, y la chamuscada piel de los destrozos.

He de confesar, que con horror y sorpresa, Escobar me conquistó desde el momento en que confiesa sus deseos de conseguir con la coca lo que los americanos habían logrado con el alcohol y el tabaco: legalidad.

De momento, él, no se conforma con ser un distribuidor, se hace con todas las partes de la cadena, desde que la hoja se siembra y crece, hasta que llega a las narices del consumidor final. Para ello, se sirve de todo su ingenio y de su “o plomo o plata”.

Sus crímenes no sirven para satisfacer ningún trauma personal, ninguna necesidad primitiva, incluso sospecho que todos están exentos de venganza. Sus crímenes son negocios para callar a los disconformes, a los valientes que no tienen precio, y sobre todo, para arrodillar al gobierno y no acepte extraditarle a los Estados Unidos. Él se considera a sí mismo un revolucionario, un de izquierdas que aspira a dirigir una gran empresa, y lo consigue. (En su momento llega a dominar un 80% del mercado mundial). Mientras las multinacionales convencionales, cuando alguna empresa les puede hacer sombra o comienza a copar un mercado que considera suyo, directamente la compra o la hunde, Escobar compra o mata.

Pablo se desdobla constantemente de padre amoroso e incluso ejemplar, pasa a ser un criminal despiadado cuando se trata de chantajear al gobierno; de un hombre generoso cuando las cosas salen como él quiere, pasa al colérico e irracional cuando los planes se trastocan. Pablo es el que ordena plomo mientras piensa en cepillarse a una jugadora de boley porque “nunca se ha tirado a una deportista”. Sin transiciones.

Por lo que he leído con posterioridad, uno de los peligros de la serie era convertir a Escobar en un ejemplo, de ahí, que en cada capítulo se nos recuerde que si “no se quiere repetir la historia, primero hay que conocerla”.

En realidad, “el patrón”, es un empresario ejemplar de sustancias ilegales, pero bien podría haber montado un emporio textil o farmacéutico. Un tipo de talento mal encauzado.

La mercancía ilegal le permitia, por un lado, disfrutar de su hacienda Napolés y esas quinceañeras que tanto le gustaban, y a la vez le impide moverse con libertad, algo que en mas de una ocasión, aparte de un problema, se conviertió en hambre.

¿Te imaginas estar encerrado siete días en una habitación llena dinero y para alimentarte sólo un sobre de sopa caducada? Les pasó. Aunque en la serie sólo se entreve.

Sus sicarios, bien alimentados y muy bien pagados, poco pueden gastar de lo que van amontonando, no por falta de sueños, por falta de tiempo. Los horarios impuestos a sus lacayos provocarían el orgasmo a los directivos de cualquier multinacional entregada a la eficiencia, de lunes a domingo, sin horario y sin fecha en el calendario. En el fondo, es normal que actualmente los salarios bajen tanto, cuando no hay tiempo para gastar, lo mejor es que se gane poco, menos de lo justo para comer es algo que incentiva y evita vicios. Los vicios son malos.

No se ocultan sus ataques de megalomanía y éste no repara en regalar casas, polideportivos, incluso una iglesia a los que nada tienen que perder, porque una cosa tiene muy clara este hombre “no tiene sentido hacer más ricos a los ricos”, pensamiento maravilloso cuando uno vive inmerso en un mundo empeñado, en casi cualquier sentido de la acepción, en hacer algo tan absurdo. Una vez que tuvo poder, descubrió otro tipo de poder que también quiso, ese poder que permitía hacer una llamada a un ministro, a un presidente y encontrar solución a lo tuyo en un instante. Se metió en política, consiguió llegar donde quiso y lo "botaron". No era un tipo decente y no estaba a la altura moral y ética de los hombres de cuello blanco, él era un bandido, aunque su dinero era apreciado entre esas aguas.

A la largo de la serie uno asiste a más crímenes de los que se puede contabilizar, pero muchos menos de los que acaecieron. Se sienten las muertes de un bando y de otro, la multitudinaria de Rodrigo Lara, la emocionante del valiente periodista Guillermo Cano, la triste y perra del “chili”, semejante en mucho a la que después tuvo su patrón.

Una serie más que recomendable, sin concesiones.

P.D. Cuenta la leyenda, que una vez le propusieron a Escobar un negocio legal con rentabilidad a diez años, lo rechazó porque eso era lo que él ganaba en quince minutos. Si hoy estuviera vivo, le imagino organizando un laboratorio en medio de la selva para fabricar “sovaldi” como si no hubiera mañana. Rentabilidad alta y la posibilidad de sentirse “superman”.¿Alguien le hubiera dado más?
© Mª Luisa López Cortiñas

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