¡HAY QUÉ VER HASTA DÓNDE LLEGA LA ENVIDIA EN ESPAÑA!
Siempre que a un español se le pregunta cuál es el mayor defecto
de los españoles responderá de forma mayoritaria y sin dudar que la envidia. La
envidia es algo así como el deporte nacional después del fútbol, el cigarro
después de un polvo, el aroma después de un pedo.
La envidia alcanza tan altas cuotas, que hasta doña Esperanza
Aguirre, grande de España entre las grandes, siente envidia del que obligado
por las circunstancias duerme en la calle.
Dormir en la calle es una elección romántica y poética para
cualquier niña bien. Desde la más tierna infancia su corazón aprende a guardar
el secreto.
Cuando pequeña les contaba la bonita historia del mendigo
millonario. Detrás de cada durmiente en un banco se esconde un saco lleno de
billetes usados, de esos que sirven para huir (los recién salidos del banco planchados
e impolutos parecen preparados para el delito), y conocer los mundos que se
esconden tras los candados de casa. Desde la cuna han oído que son unos vagos y
maleantes que fuman como carreteros, beben como cosacos y follarían como
bestias si tuvieran algún sitio para hacerlo. Desde los primeros pasos les han
enseñado que son malos, que si salen solas a la calle ellos las
llevarán en su jamelgo blanco a lavar a la fuente, y si les miran a los
ojos las convierten de inmediato en esclavas.
Después de los primeros amores de las princesas, los
durmientes de bancos pasan a ser los dueños del tiempo. Levantarse sin hora,
comer cuando pueden, pedir si deben, defecar sin horas y sin wáter, dormir
cuando les pete, y lo que más jode a las niñas bien con horario para llegar a
casa, ellos son invisibles siempre. Sí, son invisibles, cuando les vemos
hacemos como que no les vemos, cuando nos miran hacemos como que no les
miramos, cuando nos dicen hacemos como que no va con nosotros.
Eso quisiera ser Espe, invisible, por eso dice que viven muy
bien, son un envidiable ejército de invisibles en un mundo plagado de mediocres
y turistas.
Señora Espe, con gusto, unos cuantos españoles la invitamos
a que haga lo que algún ilustre empresario italiano hizo en su momento, vivir
en la calle con cincuenta euros una semana. Siete días en los que nos ahorraría
usted a todos oír tonterías.
Luisa L. Cortiñas
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