viernes, 22 de mayo de 2015

SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 3)





Vamos por la "parte 3". Continuamos con el Martes.
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MARTES


El martes amaneció martes, no era trece y el mes de abril continuaba regalando sol y calorina.

Como todos los martes recorrió el mercado puesto por puesto, compraba poco, siempre compraba poco, pero le gustaba hacer compañía a los tenderos que ociosos esperaban la llegada de clientes. Alfonso era un hombre dicharachero y siempre amable, los comerciantes gustaban de su compañía, además, solía hacer tan buena publicidad de los establecimientos, que a todos ellos les había conseguido más de uno, de dos y de tres clientes fijos.
Su puesto favorito era el de Consolación, viuda de buen ver que con sus gritos promocionales inundaba la plaza. Su voz en sí misma era un delito medioambiental. Alfonso estaba seguro de que si se lo proponía sus cuerdas vocales podían romper vajillas, vasos, tímpanos, incluso corazones.

“Tomates, hermosos tomates”, gritaba, y con sus manos gordezuelas alzaba un tomate como Casillas copas. En una ocasión inolvidable,  Alfonso había puesto una de las cajas de plástico vacías para que ella lo usase de tarima, la cosa no acabó en accidente por la preocupación de caerse de ella y el usarle a él de bastón.

—Estas carnes necesitan mejor aposento —reía Consu para los amigos.

Alfonso hacía tiempo le había tirado los trastos, pero ella no recogía el señuelo. Poco después se enteró que andaba en entendimientos con un sudamericano famoso en el pueblo por  gustar de bellezas rubensianas a libre disposición y sin afanes posesivos.

—Toda mujer se me “hase” poco —decían que decía aquellos que le conocían.

Durante un tiempo, el sudamericano legendario fue el héroe de los viudos del pueblo, que eran más bien pocos, ya lo decían las estadísticas, las mujeres vivían más, y con aquellas alegrías seguro que recibían algunos años de propina.

Aquel martes el mercado dormitaba, lo cual propiciaba las charlas tranquilas y las confidencias.

—¿Te has enterado de lo del ambulatorio?

—Estaba allí, Consu, estaba allí.

—¿Algo grave?

—No, lo de siempre. Tonterías de viejo.

—No lamentes que no eres viejo —respondió ella riendo y balanceando las caderas.

—¡Ah! ¡Si yo te contara!

—Es maja la doctora, muy atenta.

—Y guapa, muy guapa.

—Ja, ja, ja. Andáis todos tontos con la Laura esa.

—Ya estará servida, ya.

—Es divorciada, lo sé de buena tinta.

—Es la nueva epidemia, estos jóvenes ya no aguantan “ná”.

—No creas, las arpías robamaridos también ayudan lo suyo.

—¿Robamaridos? —preguntó Alfonso con cara de ingenuo.

—¿No te has enterado? ¡Cómo sois los hombres!

—Buenos días, Consu. Alfonso, ¡usted por aquí! —los aludidos contestan el saludo con un gesto.

—Ya ve, matando la mañana —responde Alfonso.

—Un kilo de patatas rojas, y dos kilos de esos tomates de ahí.

—Ahora mismo, doña Paca. Pues le estaba comentando aquí al caballero lo de las robamaridos.

—¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! ¡Qué disgustos dan! ¿Se ha enterado de la última?

—Lo de Manolo, ¿no?

—Ya han pillado a otro —dice Paca con cara de estar a la vuelta de la calle—. El Agus.

—¿Agus? ¿Agus?

—Sí, el marido de la Remedios, la del puente.

—¿Ese matrimonio que tiene cuatro niños? —preguntó muy interesado Alfonso.

—El mismo, el mismo.

A partir de ahí la conversación de las dos mujeres se convirtió a oídos de Alfonso en una retahíla de lamentos típico de lavanderas, lo que sufría la pobre Remedios, que qué iba a hacer con cuatro hijos, en la peor edad, insistían, en la peor edad, mientras Alfonso pensaba que no tenían nunca una edad buena. La entrometida era la hija de la Lola, la de las drogas, la Lolita, una joven que siempre había andado muy suelta, ¡anda que no tendría chicos jóvenes en fila! Pero no, había clavado los ojos en el Agus de bolsillos llenos, aunque no tanto como esa descarada pensaba. En esas estaban las mujeres cuando repararon en un Alfonso ensimismado.

—Si es que los hombres sois tontos —espetó Consu.

—Señoras, ¡a mí nadie me pretende! —contestó adornando con un grácil movimiento de brazos su figura.

—Es que no tienes muchos posibles —rieron las mujeres al unísono.

—¡Hay secretos que no se pueden desvelar!

—¡Uh! ¡Qué tiene los dineros debajo del colchón!

—Señoras, muy grata su compañía —dijo mientras cogía las manos de las señoras para besarlas como si fuera el Papa—, pero me despido.

Luisa L. Cortiñas




Si a alguien le mata la intriga (no creo, los políticos me hacen competencia desleal) y no puede esperar está a la venta, se puede enlazar en la foto de portada.
Del resto, ya saben, que como buena gallega, aparte de los jueves publico cuando me peta.

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.