viernes, 14 de marzo de 2014

ENTRE EFLUVIOS DE DETERGENTE




A sus cuarenta años desconocía lo que era un sueldo mensual, ignoraba lo que era una entrevista de trabajo, y los coqueteos de oficina eran leyenda urbana. Desde que tiene memoria, siempre quiso ser notario, y desde su más tierna infancia mostró aptitudes para documentar las más enconadas disputas entre compañeros, dicho de otro modo, era el chivato “aguanta collejas”. Su madre deslizaba un par de veces por semana un billete de 20 euros, esos eran sus ingresos. Daba gracias por la suerte de haber nacido a finales de siglo XX, al menos follar, aunque fuera poco, salía barato.


Esa tarde tocaba reunión de vecinos, estaban todos revolucionados, había que acometer unas pequeñas “reparaciones”  en los garajes, casi recién estrenados, en invierno, se inundaban como piscinas infantiles.  


Su comunidad la formaban cuatro modestos edificios de cuatro plantas, y cuatro viviendas por planta. Sesenta y cuatro vecinos  cada día más cerca de la indigencia, decía su madre ¡y ahora arreglar los garajes!


Roberto no sólo era la esperanza blanca de su madre, esa tarde era la esperanza de todos. Los edificios tenían apenas dos años, y habían decidido, nuevamente, demandar a la promotora, él sólo sería asesor “de baratillo”, es decir, no iba a cobrar nada por facilitar las instrucciones iniciales. Aunque después de los informes que  le habían facilitado, la comunidad no tenían razón. Ninguna.


La reunión decidió efectuarse en uno de los portales, como dictaban las costumbres que habían establecido,  cada vecino llevaba su propia silla, y se dispusieron a iniciar la reunión.


Ese mismo día había llegado el recibo de la luz, los más cautos hablaban de escándalo, los más reivindicativos pedían nacionalizarla, y los más enfadados bajaban a los santos del cielo al tiempo que planeaban cómo hacer un enganche ilegal.


La bajada de potencia se había extendido como una epidemia en el vecindario, y los nuevos precios por tramos horarios ocasionaban largas disquisiciones.

Había transcurrido una hora y no había noticias de las “obras” del garaje. Roberto, acostumbrado a ser ignorado por todos, decidió desde el primer momento poner en marcha el radar, palabras aquí y acullá, poco a poco una idea comenzó a martillear su cabeza ¿y si era una oportunidad?


Roberto se levantó, y con voz grave dijo:


—Vecinos, creo que sé cómo podemos ahorrar todos con el recibo de la luz.


Los vecinos cesaron la operación despelleje, y comenzaron a prestar atención a ese discreto abogado al que apenas conocían. Roberto es metro ochenta de tranquilidad, frente ancha y despejada tirando a calva, y unas cuantas dioptrías corregidas con gafas de pasta, que le daban aspecto de empollón interesante.


Roberto continuó su locución:


Creo que están ustedes más preocupados por el abuso eléctrico, que por el agua que invade nuestros garajes cada vez que llueve.


Comenzaré con las malas noticias, no quiero que nadie se llame a engaño.


Revisando los informes, el motivo de las inundaciones, es por un uso inadecuado de la red de saneamiento. Indican que al WC son arrojados sin conmiseración: pañales, compresas higiénicas, tampax y otros objetos de diverso origen y composición. Es posible que en esta cuarta ocasión, la constructora decida no asumir unos costes que no le corresponden. Por parte de la presidencia de la comunidad se solicitaran varios presupuestos, para acometer la higienización de las tuberías a la mayor brevedad. Como letrado considero que llegar a los tribunales con la promotora, por incidentes, de los que en último término somos responsables nosotros, es una pérdida de dinero y tiempo.


El segundo punto, no viene contemplado en la convocatoria de hoy,  pero por unanimidad vamos a proceder a tratar, a saber:


“el nuevo recibo de la luz”.


Desde que ha comenzado esta reunión están ustedes más preocupados por ese recibo que por las incidencias, digamos,  acuáticas. Mientras ustedes se dedicaban a exponer sus diversos puntos de vista, yo me he dedicado a pensar en alguna posible solución, que paliara en parte el disparate de las hinchadas facturas. Como todos sabemos el garaje de este edificio, por ejemplo, está infrautilizado, puesto que entre todos los coches ocupan la mitad de las plazas disponibles. Es previsible que el suministro eléctrico sea más barato a horas intempestivas, y yo, como ustedes saben, estudio por las noches, por tanto,  cabe la posibilidad de poder habilitar la mitad del garaje como lavandería interna. Yo por un módico precio me ofrezco a llevar el servicio. Se trataría de unificar todas las lavadoras en el mismo cubículo, poniéndolas a funcionar en la hora más barata. ¿Qué la hora más barata es a las cuatro de la mañana? lavadoras a las cuatro, ¿qué es a las cinco de la tarde? a las cinco. Esto podría suponer un buen ahorro. De hecho, en muchos países europeos, es muy común el disfrutar de lavadoras comunitarias autoservicio.


Los vecinos comenzaron a mirarse unos a otros y asentían, era interesante la propuesta del “chaval”, y comenzaron todos a aplaudir.


Roberto estaba asombrado del buen recibimiento de su propuesta.


Irrumpió las salvas el presidente de la comunidad.


—Me parece una gran idea, creo que a ustedes también.


—Una excelente idea, de todas formas, todos los garajes están infrautilizados, podríamos dejar uno completo para esa instalación— dijo uno de los vecinos.


— Bien pensado, salvo pintar no tendríamos que hacer obras, sólo ampliar la instalación eléctrica y desagües ¿personal voluntario experto en dichas tareas?


—Yo, yo se levantaron cuatro manos.


—Yo podría pintar, ¿voluntarios para ayudar? — varias manos volaron para ofrecerse.


—¿Limpiar?


—Lo que también convendría es insonorizar el garaje, aunque fuera con algún método barato y casero.


—Hay que recoger las hueveras de cartón, todos tenemos y amortiguan. Pondremos un contenedor para depositarlas.


Roberto y el presidente tomaron nota de los voluntarios para esas primeras labores. Se les había echado la hora encima, y algunos niños comenzaban a asomar por las escaleras solicitando cena, quedaron emplazados para el día siguiente. La principal tarea consistiría en  sortear las plazas de garaje que iban a ocupar los coches que dejarían espacio para la lavandería.


En el tiempo record de una semana, habían contratado una empresa para sanear las tuberías, colocado en todos los cuartos de baño carteles en cinco idiomas, para que todos conocieran los usos adecuados de los distintos equipos de saneamiento, y evitar que en caso de nuevas incidencias se alegara ignorancia.


En menos de quince días, el garaje seleccionado para la tarea ahorro, estaba irreconocible, cualquier rastro de hollín había sido aniquilado por unas paredes dignas del más blanco pueblo andaluz, la instalación eléctrica se había ampliado en el lateral derecho para dar paso a sesenta lavadoras, y habían habilitado una esquina para ubicar diez de repuesto, y poder solventar cualquier incidencia en un breve lapsus de tiempo. La red de saneamiento se había ampliado para que la carga y descarga de agua funcionara adecuadamente. Se instalaron dos potentes focos de luz blanca para que Roberto pudiera aprovechar bien las noches, y  las paredes se llenaron con grandes estanterías para colocar las sacas de ropa.


Mientras los vecinos solicitaban la bajada de potencia contratada, subían la contratación de potencia para las instalaciones comunes.


Como el precio de la luz se sabía con unas horas de antelación, a las dos de la mañana, Roberto  comenzaba la tarea de preparar la ropa en los bombos, el detergente, quitamanchas, y suavizante. Cuando llegaba la hora “del casi gratis”, en un loco sprint, iba apretando botones ON.


Cuando las lavadoras iban terminando, las prendas eran depositadas en bolsas de plástico. El sistema logístico era sencillo, se dejaban las sacas de cada domicilio al lado de la lavadora en la que se depositaban, y cuando se quitaba  la colada, a la bolsa de plástico y ésta a la saca. El sistema funcionaba perfectamente, después de un mes en marcha, ni una colada se había equivocado. Si había desaparecido algún calcetín rebelde, pero eso entraba en la contabilidad de pérdidas esperadas y encuentros sorprendentes.


Roberto cada día hablaba más con sus vecinos, mejor dicho, con ellas, mucha igualdad, pero a la hora de la verdad, esto era cosa de ellas. Las señoras muy mayores querían buscarle novia, le mostraban fotos de  hijas, sobrinas, amigas; algunas maduras adoptaban la misma actitud, entre maternal y molesta, pero otras, actuaban como perras en celo buscando un polvo fácil a deshoras, y él aun no había aprendido a decir que no a una dama; las jóvenes eran coquetas y escurridizas; y la gitanilla del tercero, una morenaza exquisita por la que suspiraba desde hacía dos años, por allí no aparecía.


Con el primer recibo, el ahorro no fue tal, lo que no se pagaba en el domicilio se pagaba en comunidad, pero teniendo en cuenta la inversión realizada en materiales y el sueldo del lavandero, la cosa no iba mal.


En la primera reunión postlavandería, varios vecinos indicaron que la instalación estaba siendo infrautilizada, y que podían ampliar, con otra pequeña inversión, las prestaciones.


De este modo, en pocos días, aquello se llenó de neveras, cocinas, batidoras,  Termomix, y electrodomésticos de lo más variado fueron encontrando acomodo. A los niños no es que les gustara el zumo, les gustaba bajar al garaje a buscarlo. No se ahorraba porque se invertía en la ampliación. El día más glorioso fue cuando decidieron hacer siete minisalones, cada uno con su televisor y su canal, en ocasiones, aquello era la Gran Vía en hora punta, el zapping consistía en ir de sala en sala, era divertido ver a los vecinos salir de la sala tres corriendo, para ver cómo iba la cinco, y viceversa. En realidad, más que ver lo que se dice ver la programación, la comentaban.


Gracias al éxito que iban obteniendo los diversos servicios, y que ahorraban unos cinco euros mensuales entre una cosa y otra, habían propuesto hacer una unificación real de cocinas, hasta ese momento, el vecino bajaba, cocinaba y se llevaba lo cocinado. Algunos pensaron que se podía funcionar como un restaurante de menús únicos, sólo bajarían a cocinar un par de personas en el horario barato, y se haría comida para todo el mundo. En esas estaban cuando de repente se vieron interrumpidos por decenas de antidisturbios que les encañonaban.


—Manos detrás de la cabeza, manos detrás de la cabeza.


Todos obedecían, los hombres alucinaban, algunas mujeres reían, y otras solidarizándose con los niños lloraban, en cualquier caso, nadie daba crédito a lo que estaba pasando.  


Mientras los pitufos les miraban, sin entender muy bien para que les habían mandado allí, un  grupo vestido de paisano abría neveras, vaciaba lavadoras,  tiraba sacas, en un par de minutos habían generado un auténtico caos.


Roberto les observaba, y ante la certeza de que estaban buscando algo que no iban a encontrar, levantó la mano pidiendo la palabra.


—¿Les puedo preguntar que hacen? No encontrarán nada ilegal, ni drogas, ni nada de ese tipo. Simplemente, un día decidimos que los servicios eléctricos básicos nos saldrían más baratos si lo unificábamos en una estancia, y los utilizábamos en las franjas horarias más baratas. ¿Qué hacen aquí?


Los hombres acompañaron a los polis a comisaría y les contaron, cada uno por su lado, la misma historia.


En unas horas tenían todo solucionado.


Parece ser que la factura comunitaria llamó la atención de la empresa eléctrica, denunciaron por posible cultivo de marihuana, y la policía, después de una hora de vigilancia, decidió que tanto ir y venir al garaje de uno de los edificios era sospechoso.


En la reunión de vecinos que realizaron al día siguiente de estos desgraciados hechos, decidieron efectuar un enganche ilegal para toda la comunidad. Más barato y más seguro.

© Mª Luisa López Cortiñas






Gracias por la visita y la paciencia.
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Buena semana, sean moderadamente felices. 

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